Trujillo, Cáceres y Mérida

Trujillo, Cáceres y Mérida

La estatua de Pizarro se erige orgullosa en la plaza Mayor de Trujillo.

Las entrañas callejeras de las principales ciudades extremeñas ofrecen al viajero encontrarse consigo mismo en diferentes puntos de la historia. La antigua Emerita Augusta desborda plenitud en sus vetustas calzadas e inmortalidad en sus edificaciones. Cruentas guerras medievales firmaron el legado de los intramuros de Cáceres. Y en Trujillo, gentes y monumentos hablan de extraordinarias aventuras en el Nuevo Mundo. El honor conquistado en el pasado es un presente trasformado en tesoros a nuestro alcance.

En tierra extremeña, ubicado en la divisoria entre el Tajo y el Guadiana, se adivina altiva la villa medieval de Trujillo. Una vez el viajero distingue su perfil, no tiene más remedio que acercarse y adentrarse en la ciudad.

Trujillo es una ciudad clara, sosegada y en perfecta armonía con el entorno. De hecho, muchas de sus iglesias, conventos, museos y casas solariegas parecen una prolongación de la tierra al estar sus bases labradas en la misma roca. Este enclave, también conocido como “el corazón de Extremadura”, se ofrece al paseo reposado de quien lo visita. Es ciudad de calzado cómodo, sombrero y bastón.

Un milenio atrás

La plaza Mayor o de la Hispanidad, es un excelente punto de partida, sin duda, uno de los enclaves más bellos de la región. Con un único giro visual asistimos al paso de cinco siglos de historia y arte, desde el XVI hasta nuestros días.

A través de la cuesta de la Sangre, denominada así porque hubo quien la derramó para coronarla, accedemos a la ciudadela a través de la puerta de Santiago. A medida que avanzamos descienden también los siglos de las edificaciones. Los férreos extramuros encierran construcciones del siglo XIII con salpicaduras paleocristianas del IV. Torres, espigones y lienzos trasladan al viajero a un tiempo perdido.

Y el vaivén no es sólo temporal, en la alcazaba árabe del siglo X viajamos hasta el califato cordobés. En este momento, Trujillo era una fortaleza inexpugnable por lo que fue destino de decenas de tesoros de al-Andalus que aún hoy se conservan.

Héroes y cánticos

Pero el esplendor de esta villa no procede únicamente de su conjunto patrimonial. Mucho que ver tiene su implicación histórica: Francisco Pizarro, conquistador del imperio Inca, o Francisco Orellana, descubridor del Amazonas, son algunos personajes que llevaron el nombre de Trujillo al Nuevo Mundo. Sobre Orellana, el Ayuntamiento prepara varias actividades conmemorativas al cumplirse 500 años de su nacimiento. También en recuerdo del gran hallazgo que protagonizó, la famosa ruta Quetzal hará parada en la localidad el 19 de julio de 2011.

Además de toneladas de arte y heroica historia, Trujillo conserva tradiciones populares ancestrales, como la fiesta del “Chíviri”, que tiene lugar en Semana Santa. En celebración por la Resurrección de Cristo, todos los trujillanos se visten de colores y cantan y bailan en corros en la plaza Mayor al son de tamborileros. Durante horas se prolonga la danza a la que son invitados también los forasteros. La opinión al respecto es unánime: si participas en la fiesta, abandonarás a villa tarareando la pegadiza canción del “Chíviri”.

Lo ideal es que Trujillo sea la primera parada porque no cuenta con ningún camping en su término municipal. Así, una vez hayamos recorrido plácidamente sus calles podemos desplazarnos hasta Cáceres, nuestro segundo objetivo en la ruta y donde encontraremos distintos alojamientos para caravanistas/autocaravanistas.

Cáceres, para el caminante
Plaza de San Jorge, en Cáceres.

A unos 45 km al oeste se halla la capital de la Alta Extremadura. Cáceres es también destellos de oro viejo que alumbran la historia, donde los más bellos rincones únicamente son accesibles a pie. Así, recomendamos aparcar el vehículo y encomendarnos al paseo. Opción que en ningún caso hallará el viajero incómoda, tanto dentro como fuera de las viejas murallas la ciudad presenta unas dimensiones muy cómodas para caminar.

Intramuros, el tiempo ha retrocedido varios siglos atrás. Podemos dar comienzo al periplo histórico en la plaza Mayor, en la que el visitante no puede evitar una sensación de menudencia ante los colosales edificios circundantes. Desde este lugar, Cáceres descubre un casco antiguo formado por un laberinto de calles de piedra surcadas por exquisitos monumentos y unidas por un sinfín de plazas asimétricas.

Tras cruzar el arco de la Estrella, nos topamos con la plaza de Santa María. A lo largo de su circunferencia se elevan el palacio episcopal y la entrada principal a la catedral del mismo nombre, que hacen obligatoria la parada. Aneja a ella, se encuentra la plaza de San Jorge, una de las más pintorescas y el límite visible entre la parte baja y alta de la ciudad. La ruta escogida, debe incluir además la visita a la iglesia de la Preciosa Sangre, custodiada por dos características torres, la plaza de San Mateo y la torre de las cigüeñas, las discretas vigías del cielo cacereño.

Sol y sombra

Para aquellos que quieren ser testigos de las huellas de los primeros pobladores de la región, Cáceres exhibe una de las pocas cuevas urbanas que quedan en el mundo, la cueva de Maltravieso. En el interior se conservan pinturas rupestres de hace 350.000 años pertenecientes a un grupo de cazadores del paleolítico.

Si viajamos en primavera, lo ideal tras el itinerario monumental es acceder desde la calle Pintores, plagada de comercios, hasta el Paseo de Cánovas, la vía neurálgica de la ciudad. Se ve surcada por un gran paseo central donde se intercalan pequeñas terrazas que invitan a disfrutar de una cerveza bajo el templado sol del mediodía.

El imperio de Augusto

Llegaremos a la capital extremeña tras recorrer 76 km desde Cáceres. El conjunto patrimonial de Mérida, aunque esparcido a lo largo de la ciudad, conforma distintas rutas perfectas para el viajero andante. Lo recomendable por tanto es localizar un camping donde aparcar la caravana/autocaravana.

Emerita Augusta. En la antigua Hispania, la urbe romana por antonomasia, capital de Lusitania y residencia de héroes. Del esplendor que vivó la ciudad hace hoy más de 2.000 años se conservan auténticas maravillas monumentales.

Los principales vestigios

Así, Mérida es un paseo por la historia del Sacro Imperio que comienza en el Teatro y Anfiteatro. Desde hace unos años acoge representaciones teatrales con lo que ha superado la mera función ornamentística.

Imagen del acueducto de Los Milagros, en Mérida.

En las inmediaciones se halla la Casa romana del Anfiteatro, conocida por sus fantásticos mosaicos. Desde este punto, la siguiente parada la encontramos en el Circo romano, quizá el ejemplo más representativo de la grandeza del pasado de este pueblo latino en España. La gradería donde entonces se agolparon miles de romanos vitoreando los juegos, la puerta principal y 12 carceres (aparcamientos para carros) presentan un excelente estado de conservación.

El tránsito por el paseo de Extremadura nos emplazará en otro de los puntos clave, el acueducto de Los Milagros, coloso se encargaba del abastecimiento de agua de la villa. Y en el mismísimo centro urbano, aguarda el templo de Diana, levantado en honor de la diosa de la caza.

El festival de Teatro Clásico

Hace más de 50 años que Mérida celebra el festival de Teatro Clásico, el más antiguo e importante de España. Durante los meses de julio agosto personajes como Homero, Prometeo, Lisístrata o Electra, entre otros muchos, se suben a la platea del gran Teatro para venerar a través de la interpretación este género.

Durante cada representación, cada concierto, una magia indescriptible recorre las gradas del monumento. Público y actores pisan el mismo suelo que pisaron nuestros antepasados hace dos milenios. Todo envuelto en la calidez de la noche estival y el estrellado cielo que le corresponde.

El legado que Mérida guarda celosamente es poco menos que inagotable. En la presente ruta hemos mencionado los tesoros más emblemáticos. Esta ciudad, declarada patrimonio de la Humanidad, se reserva el derecho a sorprender al viajero en cualquier punto de la urbe, porque en cualquier punto hay una reminiscencia al pasado.

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